19 agosto, 2009

Sentía sus manos rozando las suyas y casi podía llegar al cielo. Le hablaba al oído y necesitaba poder tocar sus labios una vez más. Otra vez se repetía la situación pero sin un final de cuento de hadas. El estado de los dos era casi igual al del encuentro anterior. Mientras uno rogaba que el otro se diera cuenta de que era lo que tanto anhelaba, el otro, sabiéndolo, no dejó que la tristeza se alejara del lugar. Y así quedaron, observándose, el misterio los acercaba y alejaba como una puerta vaivén, sintiendo ese escalofrío entre la panza y su espalda que le advertía y aseguraba que era él. La única persona que la transportó hacia otro lugar sin siquiera moverse ni pronunciar una palabra. Sólo con su presencia, ella soñaba. Sólo una palabra suya, ella rogaba que apareciera. Y ese beso interminable, su único recuerdo.



Grosso, M. C.

No hay comentarios: